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“Conoce Jehová los días de los perfectos, y la heredad de ellos será para siempre. No serán avergonzados en el mal tiempo, y en los días de hambre serán saciados, mas los impíos perecerán, y los enemigos de Jehová como la grasa de los carneros serán consumidos; se disiparán como el humo. El impío toma prestado, y no paga, mas el justo tiene misericordia y da. Porque los benditos de Él heredarán la tierra; y los malditos de Él serán destruidos. Por Jehová son ordenados los pasos del hombre y Él aprueba su camino. Cuando el hombre cayere, no quedará postrado, porque Jehová sostiene su mano. Joven fui y he envejecido y no he visto justo desamparado ni su descendencia que mendigue pan. En todo tiempo tiene misericordia, y presta; y su descendencia es para bendición” (Sal. 37:18-26).

Un largo párrafo del Salmo, nueve versículos, en ellos está presente la gran pregunta: ¿Por qué progresa el impío y sufre el justo? El Señor la responde y nosotros vamos alcanzando una comprensión más elevada del problema, sintiendo descanso en Él. El conocimiento de Dios es total y es una experiencia de comunión íntima entre Él y el creyente (v. 18). Aquí cambia el calificativo de justo por el de perfecto. Justo es una posición, perfecto es un modo de ser, que equivale a maduro. Es aquel que anda conforme a la voluntad de Dios, en un camino seguro y firme (Pr. 10:29).  Es el que ajusta su vida a la justicia de Dios, guardando perfecto su camino (Pr. 13:6). La perfección es el propósito de Dios para nuestra vida (Ef. 4:13). Esta perfección se alcanza sólo viviendo a Cristo (Fil. 1:21). Esta forma de ser no es una opción ya que se establece como un mandamiento: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mt. 5:48). Estos tienen la heredad asegurada para siempre. Son herederos de Dios y coherederos con Cristo (Ro. 8:17).
Mira ahora a los impíos, su esperanza es destrucción (v. 20). De su recuerdo no quedará nada, serán consumidos y se disiparán. Su condición está claramente expresada en el Salmo: Persiguen al justo (vv. 14,15); maquinan maldades (v.12); odian (v. 12b); son ladrones (v.21), por todo ello serán destruidos. El justo disfruta del cuidado del Padre celestial (v.19). Las promesas divinas se cumplen en su vida y en las horas adversas gozan de Su protección. Los recursos cotidianos les serán dados en tiempo de escasez. Cualquiera que sea su necesidad, Dios está en el control orientando todo conforme a su amor (Ro. 8:32). El perfecto tiene una conducción segura (v. 23). Dios traza el camino y marca sus huellas claramente para que podamos caminar con seguridad (1 P. 2:21). Su camino es un camino de poder porque lo puede todo en Cristo (Fil. 4:13). Sobre todo, es un camino de paz, conducido continuamente por el Buen Pastor. En ocasiones podrá resbalar en el camino, pero siempre hay restauración (v. 24). Es levantado de las aflicciones (Sal. 34:19-20); de la angustia (Sal. 40:2); del alejamiento, ya que Dios lo toma de su mano y lo vuelve a Él. El Señor interviene para hacer volver a Él al pródigo que se ha ido a la provincia apartada. Dios está siempre dispuesto a restaurar. A veces, quienes dicen ser sus seguidores, extienden la mano para condenar al que ha caído, pero no siguen a Dios así, se siguen a ellos mismos y caminan por el camino de la impiedad. Al final de su vida el perfecto puede ver atrás y se da cuenta que nunca vio justo desamparado ni su simiente que mendigue pan (v.25). No puede haber mal que haga fracasar la vida de aquel que tiene a Dios como centro de ella. Hoy podemos decir con seguridad: Me guía Él, con tanto amor, pues me conduce el Buen Pastor. Gocemos de esta experiencia aquí y aferrémonos por fe a la esperanza segura que es Cristo mismo.

Escrito por:   Samuel Pérez Millos    Fecha de publicación  2/28/2012 2:27 PM
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