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Conflicto con Dios

Leer 2 Samuel 5-6
Sí, hay momentos cuando nos airamos con Dios. Un hombre cuya esposa murió de cáncer acusó a Dios de insensible. "Dios no vale ni cinco centavos para mi', dijo con amargura. "¿Dónde estaba cuando yo lo necesitaba?" Airada por el abuso que había sufrido cuando niña, una mujer dijo: "Dios no estaba allí cuando yo lo necesité; ¿por qué habría de esperar que esté aquí ahora?" El silencio de Dios en medio del sufrimiento humano llevó a un furioso escéptico a decir: "Si Dios existe, ¡debe ser un diablo!" Muchas personas manifiestan ira hacia Dios. Nuestra ira hacia las circunstancias de la vida y hacia la gente, usualmente se traduce en ira contra Dios. No importa qué explicación tengamos para la maldad en el mundo, detrás de la hambruna, el crimen, el abuso y el dolor, está un Dios que mira y que muchas veces no interviene. David también estuvo furioso con Dios. En el proceso de contar su historia, encontraremos cómo responder a la ira que podemos tener hacia el Todopoderoso. Pero primero necesitamos repasar un poco de historia para entender las circunstancias de su amargo arranque.

La captura de Jerusalén
David reinó en Hebrón durante siete años y seis meses. Como sabía que Jerusalén debía de ser la capital, fue con sus hombres para capturarla. Los jebuseos la habían controlado desde los días de Josué (Jos. 15:63), lo cual demuestra su seguridad y fortaleza. Los jebuseos insultaron a David, y por una buena razón, pensaban que nunca el podría capturar su ciudad…Tú no entrarás acá, pues aun los ciegos y los cojos te echarán…, le gritaron desde la muralla (2 S. 5:6). Ellos pensaban que podían ridiculizar a David, porque traían agua a la ciudad por medio de un canal secreto que había sido construido en la roca. Con esta provisión de agua y una reserva de alimentos, creyeron que podrían sobrevivir a cualquier cerco. David desafío a sus hombres: Quién primero derrotara a los jebuseos se convertiría en el líder de su ejército. Joab, uno de los líderes militares de David, aceptó la oportunidad para probar su valor, y entró a la ciudad a través del canal del agua (1 Cr. 11:6; 2 S. 5:8). Probablemente este acceso le facilitó guiar parte de sus tropas al interior de la ciudad, y derribar las puertas para que el ejército que esperaba pudiera entrar. Finalmente, David tenía paz; el admirado gobernador de la tierra, con su capital en la ciudad escogida por Dios. Leemos: Y David iba adelantando y engrandeciéndose, y Jehová Dios de los ejércitos estaba con él (2 S. 5:10). Aunque inmediatamente se enfrentó a una serie de batallas contra los filisteos, Dios se comunicaba con él directamente, dándole sabiduría en cuanto a cómo luchar y ganar las guerras. Pero también tenía que atender cierto asunto aún no resuelto.

Llevada del arca a Jerusalén
El arca de Dios, el cofre que había sido colocado en el Lugar Santísimo, había sido guardada en el tabernáculo de Silo después de que los israelitas entraron en la tierra bajo el liderazgo de Josué. Dicha caja estaba hecha de madera cubierta con oro, y sobre su tapa había dos querubines esculpidos, uno frente al otro. Cuatro anillos colocados a los lados, eran atravesados por dos varas que servían para que el arca pudiera ser llevada sobre los hombros de los sacerdotes. Esta era una pieza sagrada porque simbolizaba la presencia divina, la gloria de Dios (Ex. 25:22). El arca (aproximadamente 105 centímetros de largo, 61 de ancho, y 61 de altura) nunca habría de ser separada del tabernáculo y los muebles que lo conformaban. Pero un día los israelitas, en un acto de rebelión, decidieron llevarla a la batalla como amuleto de buena suerte contra los filisteos. El arca fue capturada por aquellos paganos, quienes, por haberla llevado a su territorio, rápidamente fueron juzgados por Dios. Ellos finalmente la devolvieron a Israel (1 S. 4-6). Fue traída a los habitantes de Quiriat-jearim (aproximadamente 14 kilómetros al norte de Jerusalén), donde estuvo guardada durante 20 años (1 S. 7:1-2). Ahora había llegado el tiempo de traer el arca de Dios a la nueva capital. David personalmente guió a 30.000 hombres a Baala de Judá (otro nombre para Quiriat-jearim) a fin de recuperar el arca, tratando de llevarla a Jerusalén con celebración y fanfarria (2 S. 6:2). David confiaba en que estaba haciendo la voluntad de Dios porque:
1. Dios había dicho específicamente que quería que el arca fuera llevada a Jerusalén (ver Ot. 12:14)  
2. David utilizó la ocasión para adorar a Dios.
Acerca del momento cuando el arca estaba siendo llevada, leemos: Y David y toda la casa de Israel danzaban delante de Jehová con toda clase de instrumentos de madera de haya; con arpas, salterios, panderos, flautas y címbalos (2 S. 6:5). Aquí tenemos un gran momento de adoración y alabanza. David también pensó que estaba teniendo sumo cuidado al traer la sagrada caja a su nueva capital. Leemos: Pusieron el arca de Dios sobre un carro nuevo, y la llevaron de la casa de Abinadab, que estaba en el collado; y Uza y Ahío, hijos de Abinadab, guiaban el carro nuevo (2 S. 6:3). A lo largo de la vía pasaron sobre una áspera afIoración de piedra en el trajinado piso de Nacón, donde los bueyes tropezaron, el carro fue sacudido y el arca estuvo a punto de caer arrojada al piso. Uza, quien había crecido con el arca en su casa (1 S. 7:1), instintivamente la alcanzó para prevenir su caída. Entonces leemos: …Lo hirió allí Dios por aquella temeridad, y cayó allí muerto junto al arca de Dios (2 S. 6:7). La celebración fue interrumpida porque el hombre herido cayó al suelo produciendo un ruido sordo. Un silencio aturdidor se extendió sobre los jubilosos adoradores. No podían creer que Dios se hubiera airado tanto por un tecnicismo. ¿Por qué castigaría Dios a alguien que había actuado con la mejor de las intenciones? Si Dios reacciona con tal severidad, ¿entonces quién puede estar a salvo?
La respuesta parece inmerecida. Dios estaba airado, así que David respondió, de la misma forma. David se disgustó mucho porque el Señor le quitó la vida a Uza…Pero ese mismo día David tuvo mucho miedo ante el Señor, y exclamó: ¡Ni pensar en llevarme el cofre del Señor (2 S. 6:8-9 V P. Dios Habla Hoy). Así que dejó el arca allí, y no la llevó a Jerusalén.

David se enoja con Dios
David no fue el primer hombre, y tampoco el último, en airarse con Dios. La ira es una forma de responder en la lucha; es algo a lo que recurrimos cuando menos esperanza sentimos. Con frecuencia nos decepcionamos con Dios cuando no responde a nuestras oraciones, o nos decepcionamos por medio del sufrimiento trágico. Nos resentimos por el hecho que somos las víctimas de algún propósito escondido, y nos enojamos con Dios mientras indecisos e inmóviles miramos cómo El hace lo que quiere. Nuestra ira no es necesariamente pecaminosa, porque Dios parece animar a su pueblo a luchar con las preguntas difíciles (ver Job 18:4; 30:20-21). Sin embargo, lo que hacemos con nuestra ira es increíblemente importante. Podemos aprender de la experiencia de David lo que deberíamos hacer, y lo que no cuando estamos alterados con Dios. Recordar quién es Dios y quiénes somos nosotros nos ayudará cuando seamos tentados a estar airados con el Todopoderoso.

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Escrito por:   E. Lutzer – Creciendo a través del Conflicto    Fecha de publicación  9/27/2017 11:12 AM
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