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CORAZONES ARROGANTES Y PIES SUCIOS
Leer: Lucas 22:14-26; Juan 13:5-15
Nadie realmente comprendía la importancia de esa última cena. Nadie más que Jesús. Jesús sabía que «Su hora ya había llegado». Él estaba viviendo en la sombra de la cruz, a menos de dieciocho horas.
Jesús les dijo a Sus discípulos: «He deseado comer esta cena de la Pascua con ustedes antes de que sufra». En medio de esta conversación, surgió una disputa entre los discípulos. Ellos discutían para saber quién de ellos era el mayor. ¡Una pelea ridícula en una noche tan solemne! ¡El reflejo de una arrogancia vergonzosa!
Mientras ellos discutían, oyeron el sonido del agua derramarse en un contenedor hecho de barro. Aquella persona que nadie esperaría tendría que hacer la tarea de un siervo, sin decir una palabra, se arrodilló frente a Mateo y empezó a lavarle sus pies. El agua fría pasó por encima de sus tobillos y a través y entre los dedos de los pies. Jesús secó los pies de Mateo con una toalla suave y luego pasó al siguiente discípulo.

El silencio llenó ese lugar. Los discípulos estaban dispuestos a pelear por el trono, pero ninguno peleó por la toalla. Sus corazones tenían arrogancia y sus pies estaban sucios. Jesús todavía tenía que enseñarle algunas verdades importantes, pero no podía hacerlo hasta que ellos reemplazaran su arrogancia con humildad.
Cuando Jesús se arrodilló ante Pedro para lavarle sus pies, él le dijo: «Nunca me lavarás los pies». A primera vista, la frase podría parecer una expresión de humildad, pero su reacción era más bien una forma de arrogancia sutil. Alejó sus pies rehusando humillarse y permitir que Jesús sea quién era; un Siervo que vino a lavar el pecado de la arrogancia de todos ellos. La arrogancia no nos deja ser vulnerables y nos protege de ser expuestos.
Jesús le responde a Pedro: «Si no me dejas lavarte, no tendrás parte conmigo». Pedro inmediatamente entendió Sus palabras y se humilló.

Finalmente, Jesús guardó la toalla y el contenedor, cubrió Su túnica interior con Su prenda exterior, y se sentó a comer con ellos.

Si había alguien que tenía el derecho de sentirse orgulloso, era Jesús. Él nunca se contaminó con el pecado. Durante Su encarnación, nunca pecó. Llegó a Sus últimas horas en total obediencia habiendo cumplido la voluntad del Padre. No existe otro ser humano en la tierra que pueda llegar a la muerte de esa forma. Si Él hubiese querido, los ángeles hubiesen venido a mostrar su gloria, pero no lo hizo. Eso es lo que lo hace asombroso. Durante Su hora más crítica, Jesús se puso a lavar pies.

Escrito por:   Pastor Charles R. Swindoll    Fecha de publicación  4/18/2019 3:41 PM
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