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Amargura y Paz

“He aquí, amargura grande me sobrevino en la paz, mas a ti agradó librar mi vida del hoyo de corrupción” (Is. 38:17).
Esta mañana me llamó la atención este texto. Es un versículo un tanto extraño, porque habla de amargura que sobreviene en la paz, y de una acción divina que libera de una situación de corrupción. Es, sin duda, un reflejo de la experiencia personal de miles de creyentes a lo largo de la historia. Una intensa amargura que sobreviene y quebranta el tiempo de paz. El camino de paz es, primeramente la posición de quien está en Cristo, porque Él es nuestra paz (Ef. 2:14). Estando en Cristo estamos en el camino de la paz, tenemos la paz con Dios y tenemos la provisión de paz en la vida. Sin embargo, en ese camino de paz, las pruebas y dificultades aparecen y hacen mella en nosotros, haciéndonos perder la dimensión experimental de la paz. El camino se hace estrecho, empinado, costoso para andar por él; la angustia sacude nuestra alma y con la angustia también se produce la amargura grande. Los sueños e ilusiones se truncan, las lágrimas aparecen, la tristeza inunda, el conflicto se produce. Esa angustia y dificultades no fueron algo que se podían presentir, viéndolas en el futuro, sino que como dice el versículo me sobrevino en la paz. La senda de paz dio paso a la de la aflicción, en forma repentina. ¡Que tremenda experiencia! Allí está el creyente sin ilusión, sólo con su angustia y sus lágrimas. Pero, la admirable gracia de Dios interviene en nuestras vidas y a Él le agradó algo, no fue una intervención movida por nuestras lágrimas o por el clamor de nuestras oraciones, fue algo que hace conforme a Su propósito y que por eso le agradó; el agrado de Dios es librar nuestras vidas de la corrupción.
¿Cómo? ¿no estábamos ya libres de la corrupción del pecado? Si, pero aquí el término tiene que ver con algo que se hace aborrecible por lo angustioso que es. Dios interviene para cortar la senda del sufrimiento y lo hace ¡cuando es Su tiempo! Su mano amada interviene librándonos de esa situación que no podríamos soportar más y en la que no sería posible seguir viviendo. El Señor saca entonces de la angustia, poniéndonos en una nueva realidad, haciéndonos volver de nuevo a un maravilloso camino de paz, bendición, aliento y esperanza. Es posible que estés sumido en una prueba angustiosa. Es probable que sobre ti sólo veas nubes de tormenta. Tal vez las lágrimas empapan tu almohada cada noche. Por eso necesitas entender bien lo que Dios permite y lo que Él hace. Permite la prueba pero promete la restauración, devolviéndonos a la realidad de la paz. En esta seguridad bien podemos doblar ahora nuestras rodillas y experimentando ya por la fe esta bendición, darle gracias por cuanto ha estado haciendo, y esperar confiadamente en sus tiempos para cada uno de los pasos del futuro de nuestro camino. Yo necesito aprender a doblar mi voluntad a la suya y esperar en Él.

Escrito por:   Pastor Samuel Pérez Millos    Fecha de publicación  7/16/2012 2:48 PM
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